El otro día me paré un rato en la abarrotada sección de espiritualidad y autoayuda de una librería. Un apartado que cada vez ocupa más espacio y que suele estar en los emplazamientos más privilegiados de la tienda.
Bienestar, estilo de vida, espiritualidad y… ¿ciencia?
En esas estanterías estaban presentes todos los gurús del bienestar y la psicología más doméstica. También aparecían libros de los estudiosos de diferentes inteligencias. Sí, parece ser que tenemos varias, la emocional, la creativa, la espiritual, etc, aunque a veces dé la impresión de que no usamos ni la simple lógica.
Igualmente aparecían referencias a filosofías y creencias antiguas y de lejanas procedencias, como el pensamiento zen o el espíritu hawaiano del Ho’oponopono. Y por supuesto, había un capítulo especial dedicado a tendencias actuales que plantean la espiritualidad como un sano y productivo estilo de vida. En estos títulos se leía la palabra felicidad así como vocablos ingleses, del tipo slow life o mindfulness.
Conclusión: cada vez estamos más saciados de todo tipo de cosas, tecnología, viajes, sabores, experiencias culturales, etc.., pero esta sociedad nuestra no debe estar muy bien cuando se nos proponen tantos remedios para alcanzar la felicidad.
Las recetas en todos esos libros suelen ser muy parecidas en esencia. Nos proponen que nos queramos un poco más a nosotros mismos, que nos dediquemos tiempo, que cuidemos nuestros afectos, que soñemos, que amemos a los que nos aman, que nos miremos más hacia dentro y menos hacia fuera. En definitiva, que nos preocupemos más de ser que de tener, que vivamos más el hoy y pensemos menos en el mañana.
Hygge con denominación de origen en Dinamarca
De pronto, en uno de los estantes me llamaron la atención tres títulos que encontré seguidos: Hygge, la receta de la felicidad de Marie Tourell Soderberg, Hygge, el arte de disfrutar de las cosas sencillas de Louisa Thomsen Brits y Hygge, la felicidad en las pequeñas cosas de Meik Wiking.
Ojeé los textos promocionales de los tres y varias ideas se repetían. Una es que hygge es una palabra danesa que no tiene traducción. La segunda es que cualquier danés te la explicará a su manera y estará muy orgulloso de poseer la palabra y sobre todo vivir las sensaciones que produce. Y la tercera es que Dinamarca está considerado el país más feliz del mundo y en gran parte se debe al hygge.
Por si fuera poco, en el tercero de los libros leí que su autor, Meik Wiking, es ni más ni menos que director ejecutivo del Instituto para la búsqueda de la Felicidad de Copenhague, entre otros cargos semejantes. ¡Vaya! ¿Qué es eso del hygge?
Hygge significa…
Ya se ha dicho, hygge no tiene traducción literal. Lo más parecido serían expresiones como el calor del hogar, lo acogedor, los placeres caseros, o algo así. En realidad, es un concepto mucho más comprensible si evocamos ciertos momentos.
Por ejemplo, en el exterior está nevando (hay que valorar mucho las condiciones climáticas danesas) y en casa estamos con los amigos en animada charla mientras tomamos el postre y jugamos una partida de trivial, parchís o vuestro juego favorito. Ya llevan unas cuantas horas en casa, porque han venido temprano y nos han ayudado a hacer la comida, sobre todo ese suculento postre que nos estamos acabando, mientras fuera sigue nevando.
Esa idea de actividad casera, cálida, de interconectar hablando y riendo con las personas que quieres y de darse el pequeño placer de tomar un postre bien cargado de azúcar sería hygge. O sea, se puede decir que no han inventado nada los daneses. Quizás la diferencia sea que ellos buscan la magia de estos momentos y son muy conscientes de la importancia que tienen en su vida, desde un plano personal y también social.
Las casas danesas
He tenido la suerte de viajar varias veces a Dinamarca, en otoño-invierno y siempre a casas de amigos de allí. O sea, se daban las condiciones idóneas para vivir experiencias de este tipo en primera persona. Y ahora me vienen a la cabeza algunos detalles relacionados con el típico hogar danés.
Lo primero es la sensación de calidez de esas casas. Algo que en gran parte se debe a sus descomunales radiadores y, a veces, al fuego de la chimenea. Pero esa calidez se refuerza por la luz, siempre suave y siempre con abundantes velas encendidas.
También crea esa atmósfera el tipo de mobiliario. Unos muebles que nada tienen que ver con la idea escandinava del minimalismo, los colores neutros o los famosos fabricantes de la vecina Suecia. Suelen ser muebles de madera, madera, a veces pintados y repintados, o recuperados de la casa de la abuela, porque el Do it yourself, lo recuperado y la idea de sostenibilidad siempre se aprecian mucho.
Además no faltan las alfombras, los cojines, las fotos familiares y de amistades, los recuerdos, todo dispuesto sin un plan establecido, aunque todo con su significado. Y por supuesto, sofás con una gran manta para acurrucarse, quizás el máximo exponente del hygge danés.
¿Es exportable el hygge?
En fin, tenía que escribir este texto y decidí hacerlo experimentando sobre este concepto. Primero me di un paseo para inspirarme. En mi ciudad no hace el frío danés, pero la verdad es que sobra viento y hacía un día francamente desapacible. De esta manera, retorné a casa y agradecí más el calor del hogar.
Dejé el móvil en silencio donde las llaves. Me hice una cafetera y también saqué la botella de ron por si hacía falta inspirarse con unas gotas. Podemos decir que en Dinamarca la bebida oficial hygge es el glögg, un brebaje a base de vino caliente, azúcar y especias, así que no pasará nada porque yo lo transforme en un carajillo.
Después me senté en el sofá y dejé subir a mi achacoso perro a mi lado, para taparnos los dos con la manta. Y tras encontrar la postura más cómoda (para ambos) me puse a escribir toda esta parrafada a mano. Sí. Con cuaderno, boli, tachones y mi infernal letra. Y el resultado es lo que estáis leyendo.
Al acabar me acerqué al móvil y había 4 llamadas perdidas y varios whatsapps, entre ellos los del grupo ese que no sé como quitarme sin quedar mal. Después encendí el portátil y tecleé todo este texto, porque había que mandarlo a Horse, y el correo postal con mi letra no es aceptable.
O sea, que me costó más trabajo del previsto. Pero tal y como dicen: el hygge no se traduce, se siente. Se trataba de salirse de la rutina y experimentar en el refugio más particular de uno, su casa, lejos de la tecnología, el ruido y las prisas. Hacer este tipo de cosas no provoca que el mundo se pare para nosotros, aunque si son pequeñas e importantes pausas. No sé si calificarlas como hygge, pero que importa el nombre cuando algo te hace sentir bien.