Una sola colección para hombres y mujeres, intercambiable y desexualizada, es la propuesta al alza de diseñadores que persiguen una moda que caiga sobre el cuerpo sin etiqueta de género.
Desde que Saint Laurent le puso el smoking a una mujer a la declaración de principios de Alessandro Michele con, “Chime for Change’ han transcurrido más de cincuenta años y un cambio de mentalidad. La revolución genderless no es transgresión ni tendencia, sino una manera de entender la moda como una gran aliada de la libertad personal.
Hace quince años las publicistas Marian Salzman, Ira Matathia y Ann O’Reilly escribían “The Future of men”, en el que lanzaban piedras contra un término acuñado por ellas mismas, que daban por amortizado. Se trataba de “metrosexual”, o lo que es lo mismo: un muchacho depilado que, a finales de los noventa, sorprende al mundo por sus enormes conocimientos sobre cremas exfoliantes. Un estereotipo con sensibilidad femenina, o masculinidad blanda –así se decía–, que pretendía representar al nuevo hombre. Aunque las mismas autoras reconocían que “al final, los hombres tendrán que definirse por su talento, su pasión, su sabiduría y su éxito profesional”. A lo que nosotras añadiríamos: lo mismo que las mujeres si hubiésemos alcanzado ya la igualdad real y el mundo se gobernara a cuatro manos.
La renuncia masculina a la moda fue bien analizada por John Carl Flügel en su “Psicología del vestido”, así como la mascarada que aquello suponía. Ellos permanecieron durante siglo medio expulsados del reino de los espejos. La coquetería tan solo podía inmiscuirse en el tipo de corbata y el modelo de reloj. Cualquier variación parecía arriesgada, y el mercado, compartimentado en nichos, segmentaba cada vez más lo masculino de lo femenino, no solo en la ropa sino también en nanotecnología o en los automóviles. Aquel unisex de primeros de los años setenta parecía anacrónico ; importaba la señalización y se hacía proselitismo del género.
El sociólogo Gilles Lipovetsky afirmaba a principios de este siglo:
“la libertad de gobernarse a uno mismo se construye siempre a partir de normas y de roles sexuales que permanecen diferenciados. La persistencia de lo femenino no es un aplastamiento de la mujer ni un obstáculo a su voluntad de autonomía, sino un enriquecimiento en sí misma”
Veinte años después, esta idea ha quedado fulminada, y la fluidez sexual se ha instalado en las colecciones de muchos creadores que se dirigen a una generación, la Z, que ya tiene poder adquisitivo, que suele comprar digitalmente y que ha lavado complejos a la hora de vestirse. En la semana de la moda de Nueva York, Anne Demeulemeester, fiel al racionalismo y a su inspiración Bauhaus –su taller ocupaba un edificio creado por Le Corbusier–, anunció su primera colección genderless, trajes blancos y negros holgados, con cordones que se enrollan en la cintura o caen al lado del cuerpo;
un aire charro pasado por el laboratorio de sastrería que depura cualquier ornamento para hacerlo esencial. Ellos y ellas vestían versiones idénticas, que, curiosamente, parecían diferentes sobre sus cuerpos. Acortemos distancias y celebremos las diferencias sin prejuicios, parecía decir el desfile de la marca creada por la mítica diseñadora.
Nicolas Ghesquière representaba looks ‘gender fluid’ en la nueva colección crucero de Louis Vuitton de la cual expresaba:
“Vamos más allá de la idea básica de que una mujer gana poder al apropiarse del vestuario masculino. ¿Qué espacio hay para una categoría de ropa entre femenina y masculina? Es un espacio en crecimiento y sus contornos son cada vez más permeables. Estamos definiendo un tipo de ropa que vive en una zona no binaria. Es fascinante considerarlo. ¿Qué es una prenda no binaria? Inevitablemente, el papel del diseñador es ofrecer un punto de vista «
También se sumaron a las colecciones únicas para ambos sexos Helmut Lang y Comme des Garçons, adscritos desde hace años a una moda sentida como experiencia, y desexualizada. Tras la pandemia se han afianzado aún más el llamado ‘género neutro’ y su público, que no quiere perpetuar la estereotipación a través de la ropa.
Fusionar la moda de hombre y mujer en una sola colección es una tónica ascendente por parte de marcas que han pasado de realizar cuatro desfiles al año, a dos –como Burberry en Londres, Tom Ford en Nueva York, o Vêtements en París–. También se trata de una declaración de principios, claro. En cuanto al mass market, firmas como Cos apuestan por prendas similares para ambos sexos, colocando el acento en el confort y la calidad del tejido.
La moda ‘agender’ va mucho más allá de la androginia o de las tomboy, que, en inglés, significaba ‘marimacho’. De hecho, Chanel se inspiró en el armario masculino para vestir de forma confortable a las mujeres, que dejaban atrás las crinolinas y la noñería jolie dame. Marlene Dietrich vestía en 1930 un smoking en “Morocco”, dirigida por Josef von Sternberg. Y la fotógrafa Marianne Breslauer decía de su amiga y modelo Annemarie Schwarzenbach que no era “hombre ni mujer, sino un ángel, un arcángel”. Rizzoli editó una antología de aquellas exquisitas tomboys que fueron en dirección contraria a las barbies y fashion victims, de la aviadora Amelia Earhart a Charlotte Rampling, pasando por Lee Miller, Ali MacGraw o Patty Smith, encarnabando ese estilo de mujer vestida con camisa de hombre.
Del smoking femenino de Saint Laurent, creado en 1966 y convertido en un must eterno, a la revolución iniciada por Alessandro Michele en 2016,“Chime for Change’ una campaña en favor de la igualdad –o autodeterminación del género– en la que contó como embajadoras a Beyoncé y Salma Hayek, ha transcurrido más de medio siglo. Y la principal diferencia está en que aquello que el mítico couturier francés consideraba transgresión de la elegancia, significa para Michele ruptura del género binario y moda intercambiable.
Y es que Michele ha recogido en su moda el discurso social de las nuevas generaciones, y ha colaborado con artistas contemporáneos experimentando nuevos lenguajes. También ha contado, en sus campañas, con filósofos como Paul Preciado, una de las voces más reconocidas en el análisis de la performatividad sexual desde la teoría queer.
Por su parte, Jonathan Anderson, director creativo de Loewe, ha buscado desde su propia marca un diálogo en la intersección de ambos géneros, con kimonos y camisetas de encaje for men. Él ha preferido la etiqueta de unisex por encima del género neutro, de forma que sus prendas anteponen la propuesta artística, artesana y sostenible, a la sexualización.
En joyería tampoco ha tardado en aterrizar el fenómeno, que de hecho es un regreso al ornamento que dejó de llevar la aristocracia partir del siglo XX. Más allá de cadenas y anillos de estilo motero que hasta ahora era lo único verdaderamente aceptado para el hombre, las firmas más punteras promueven una nueva extravagancia orfebre. Clash de Cartier , cuya embajadora es Lily Collins, parte del concepto unisex con una colección en blanco y negro, con pinzeladas de amatistas.
Son piezas que beben de la estética punk y buscan el choque de opuestos, de geometrías rigurosas, y volúmenes sobredimensionados. Por su parte, Gucci ha lanzado una nueva colección de joyas, denominada «Link to Love», que profundiza en las siluetas neutras al género para crear una selección inclusiva.
Alejandro Gómez Palomo, veinteañero cordobés graduado en el London College of Fashion, irrumpió hace cinco años en la moda nacional con sus criaturas lánguidas, ángeles caídos. Enseguida fue bendecido por Almodóvar, con quien tiene mucho en común: una madre mentora, Manoli; su origen rural; y un clan de amigos y fans que gravitan a su alrededor. Palomo luce las joyas de su abuela, se pone colorete y rímel, es devoto de las procesiones –e instagramea vírgenes– y Beyoncé o Miley Cyrus han lucido sus trajes.
Hay un maximalismo barroco y kitch en su moda que conecta con la llamada generación de cristal y sus aspiraciones estéticas. Aires del Cirque du Soleil, Galliano, Mugler, de la estética de Cindy Sherman combinada con lo tribal, lo discotequero y lo deportivo, esa es la libertad de tendencias que abraza la nueva modernidad. El ruido de la calle les inspira prendas hechas en talleres españoles con mensajes muy autodeterminados: cuerpos que quieren salirse del cuerpo porque, a pesar de todo, tienen grandes esperanzas.
El creador afirma que:
“hay que normalizar que los hombres que se visten con faldas. En el mundo de la música hay hombres CIS o ‘heteros’ que visten de manera flamboyante”
A él le gustaría que pronto desaparezca la palabra trans:
“creo que debemos ir olvidando ese concepto, porque estigmatiza”
Sus colecciones apuestan por un patronaje y unos tejidos exquisitos. Y unen elementos femeninos y masculinos para construir un estilo cuya identidad radica precisamente en la libertad de casilla. ¿Hombres y mujeres deberíamos ser mucho más intercambiables, pero la realidad es que cae la presencia femenina en las carreras tecnológicas, mientras que los cuidados siguen cronificando su género femenino?
Que la moda sea de punta de lanza para romper estereotipos agranda la libertad creativa, de quien diseña y de quien viste. Pero la sociedad debe de acelerar sus motores para hacerlo real. Porque la modernidad trajo una promesa de autodeterminación, de emancipación personal, pero acabó por homologar un uniforme que hoy se nos había quedado demasiado estrecho. La capacidad transformadora de la moda empuja por liberar a hombres y mujeres de una identidad enjaulada.