Visitamos la High Line, el parque elevado que, desde su inauguración en 2009, ha transformado el día a día del meatpacking district de la orilla oeste de Manhattan. Proyectado por Diller Scofidio y Renfro con la colaboración de James Corner Field Operations y el celebrado paisajista holandés Piet Oudolf, la High Line es un parque público elevado de 1.5 millas y un permanente laboratorio de ideas.
En Shame, película de Steve McQueen (estrenada en 2011) que narraba la vida de un adicto al sexo interpretado por Michael Fassbender, algunos de los encuentros furtivos tuvieron lugar en el hotel Standard de Nueva York. Sin duda, fue una de las mejores acciones publicitarias para situar en el mapa el vértigo narcotizante de las alturas de unas habitaciones con envidiables vistas al río Hudson y, al mismo tiempo, a la cortesía de la recién estrenada High Line (línea sobreelevada), el parque elevado y lineal que desde su inauguración en 2009 ha cambiado la vida del meatpacking distrit del suroeste de Manhattan.
Explorando el High Line: una experiencia que debes conocer en NY
La High Line se construyó sobre las viejas vías destinadas a trenes de mercancías que durante muchos años del siglo XX abastecieron esta parte del oeste de la gran manzana. En aquel entonces estaba lleno de fábricas, almacenes y mataderos. Este es el proyecto más sorprendente acometido en las últimas décadas en Nueva York. Además de uno de los mejores ejemplos de rehabilitación, recuperación y transformación de un pasado industrial.
El nuevo Museo Whitney de Renzo Piano a orillas del Hudson
Podemos ubicar su inicio en Gansevoort St con Washington St, en el extremo sur, allá donde en 2015 abrió las puertas el nuevo Museo Whitney. Este es el tercer edificio del Renzo Piano Building Workshop en Manhattan, una obra plásticamente ambiciosa que revela una visión constructivista que lo emparenta con el original Museo Whitney. Una obra maestra concebida por Marcel Brauer en 1996, un edificio escultórico de hormigón que inyectó una buena dosis de mentalidad Bauhaus a la Upper East Side, junto a central park, y el que hasta Jackie Kennedy visitó embobada como atestiguan las numerosas fotografías de la inauguración.
Los jardines del paisajista Piet Oudolf te invitan a conectar con la naturaleza
El nuevo Whitney de Renzo Piano es el punto de partida de la High Line. Diseñada por Diller Scofidio y Renfro en colaboración con James Corner Field Operations y el paisajista holandés Piet Oudolf (culpable de jardines distribuidos por todo el mundo, que triunfó al especializarse en obra pública con proyectos como el Hauser and Wirth de Menorca, el jardín interior Serpentine Gallery de Londres con Peter Zumthor o el propio Battery Park de Nueva York), la High Line es una de sus obras más representativas y en la que coinciden sus principales empeños del paisajista: un jardín, para Oudolf, no es un conjunto de plantas, es la emoción de una atmósfera. No es un paisaje para observar sino para participar y conectar. No pretende aprovechar únicamente las épocas de floración, sino el ciclo vital entero de las plantas. Se ha dicho que la suya es una propuesta más cercana a la ecología que a la jardinería ornamental. Algo que se aprecia en la High Line, tan llena de elementos inorgánicos como piedra, madera, acero, obra escultórica y, al mismo tiempo, de aromas y texturas propias de los cambios estacionales.
La High Line es un parque público inspirado en la belleza melancólica de los vestigios posindustriales que, además, reinterpreta la biodiversidad surgida de manera espontánea para crear una serie de microclimas urbanos. Al ver a tanta gente tumbada al sol en los bancos de madera que parecen desplegarse desde el suelo se entiende hasta qué punto ha conectado con la gente. El mobiliario y la vegetación remiten a la idea de un parque alargado y ocioso, un remanso de desconexión al norte de Greenwich Village. El pavimento consiste en piezas alargadas de hormigón con los extremos en forma de cuña, al servicio de la hierba. Todo invita a pasear o a la contemplación.
La cuna de las galletas Oreo
Sostiene el celebrado arquitecto y diseñador David Rockwell que, acostumbrados a ver Manhattan desde la calle o desde las alturas, uno de los grandes logros de la High Line es que permite ver la ciudad desde un lugar intermedio. Así vemos el Chelsea Market, donde en su día estuvo la fábrica de galletas Nabisco y donde se inventaron las galletas Oreo.
Pokémon a la vista
El hotel Standard nos remite a la película y a aquellas dos escenas tan “sinceras” en las que Brandon mantenía relaciones sexuales frente a la cristalera, estando a la vista que quien quisiera o pudiera mirar a lo alto de las transparencias de un edificio de 2009 proyectado por Ennead Architects. Comprometido con el fomento de la creatividad, el Standard se ha asociado con la galería Perrotin para exhibir obras del artista norteamericano Daniel Arsham: esculturas icónicas que dan nueva vida a personajes Pokémon, como Pikachu, Mewtwo o el Entrenador.
La melodía que dio vida a Nueva York
Es imposible estar aquí, asomados al Hudson (al oeste) o a las avenidas de cuyas alcantarillas brotan los clásicos suspiros de humo (al este), y no recordar el inicio de Rhapsody in Blue, esa composición que define como ninguna otra la vida de Nueva York, nacida del sueño de George Gershwin. Unir música sinfónica con elementos del jazz, obra orquestal escrita, precisamente, como señaló su autor, entre el traqueteo de un tren rumbo a Boston. No hay arranque de composición musical con un canto de clarinete tan largo y memorable.
Esa sirena que levanta el día y nos posiciona entre rascacielos, que nos lleva de aquí para allá sorteando el tránsito, las estridencias, las prisas cotidianas para devolvernos, no sin cierta melancolía, a la calma de la noche, cuando las luces y los sonidos de la ciudad se van apagando. Gershwin nació en Brooklyn en 1898 y estrenó esta obra en el Aeollian Hall una noche de 1924. Leonard Berstein dijo: “Rhapsody in blue hizo temblar a Nueva York, después a todo el país, y finalmente a todo el mundo civilizado”. Woody Allen inició con ella su inolvidable Manhattan mientras su voz en off decía: “era una ciudad que latía a los acordes de las melodías de Gershwin”.
Entre flores y mariposas
En el camino por la High Line hay flores como Swamp Rose Mallow, hibisco de pantano, planta perenne que no sólo es magnífica a la vista, sino que también atrae a una gran variedad de vida silvestre, incluyendo aves, mariposas y roedores. Hay una planta autóctona de Manhattan que es un centro neurálgico de la actividad de los insectos, la Butterfly Milkweed (asclepias de la mariposa), imprescindible en el ciclo vital de la mariposa monarca que cada enero tiñe de naranja las montañas de Michoacán, México, hoy en peligro de extinción en todo el mundo. Hay cedros rojos que sirven de hábitat de pájaros y que brindan pequeños frutos.
El Hudson hecho poesía
Y también abundan las inevitables vistas al Hudson, a las que uno se acerca como si se fuera a asomar al pasado. A un libro de fotografías antiguas de las que resuenan ecos de los poemas de Lorca tan conocidos o de José Hierro como aquel que abría su Cuaderno de Nueva York, no por casualidad titulado Rhapsody in blue, y en el que tras el preludio se dice:
El clarinete suena ahora
al otro lado del océano de los años.
Varó en las playas tórridas de los algodonales.
Allí murió muertes ajenas y vivió desamparos.
Se sometió y sufrió, pero se rebeló.
Por eso canta ahora, desesperanzado y futuro,
con alarido de sirena de ambulancia
o de coche de la policía.
Suena hermoso y terrible.
La seda peregrina del Hudson,
incansable y majestuosa,
conduce a la ciudad hasta la libertad
y la purificación definitiva de la mar
siempre reciennaciendo.
La seda peregrina del Hudson flota a nuestra izquierda y a la altura de la 16 ya se adivinan los rascacielos de Hudson Yards. Pero antes, sobre la intersección de 10th Avenue y 30th Street han seducido el llamativo árbol rosa fluorescente sobre el puente que une las dos calles de la artista suiza Pamela Rosenkranz (impulsada por High Line Plinth, punto de referencia para el arte público, que recuerda los sistemas de ramificación de órganos, vasos sanguíneos y tejidos del cuerpo humano y que permanecerá hasta el otoño de 2024), el mural luminoso con el que homenajea a Nueva York la artista plástica Nina Chanel Abney, pintora afroamericana que explora en sus trabajos la raza, el género, la cultura pop, la homofobia y la política así como la escultura de la artista siria radicada en Brooklyn, Diana Al-Hadid que tan bien se camufla entre los colores de la vegetación otoñal.
Nuevas perspectivas
No se puede pasar por alto The Shed, impresionante centro cultural diseñado por Diller Scofidio + Renfro como equipo principal y Rockwell Group como asociado. Se ubica junto al rascacielos Bloomberg y consiste en una estructura innovadora de 18,580m2 que se desplaza por medio de ruedas. Sí, un edificio flexible que se expande y se contrae haciendo rodar la cubierta telescópica sobre raíles, tal y como hacían los trenes que circulaban por las vías fundacionales de la High Line. Al lado, también destaca el rascacielos residencial 15 Hudson Yards, proyectado igualmente por Diller Scofidio + Renfro con David Rockwell como arquitecto jefe de interiores.
En la misma zona, Rockwell se encargó además del diseño del Equinox Hotel New York (incluido en la Lista of World’s Best). A cuya terraza subimos para ver la escultura de Jaume Plensa que, como nosotros, observa las aguas del Hudson desde las alturas sin que tengamos claro si son un espejo o una puerta al mito. Para ver más obra de Plensa nada como el imponente vestíbulo de triple altura, realzado por una original instalación colgante del artista catalán en el rascacielos 30 Hudson Yard.
La ciudad a nuestros pies
Hay colas para comprar entradas y asomarse a The Edge, la atracción más visitada en estos días: la adrenalina de la altura y un mirador en el piso 100. The Vessel ha cerrado las puertas al público debido a varios casos de suicidio, pero la obra del polémico diseñador británico Thomas Heatherwick sigue llamando la atención : una estructura como un panel de abejas que se eleva 16 pisos. Hay tanta elevación al final del High Line que uno recuerda esa estupenda serie de Netflix llamada Pretend it’s a City, en la que Fran Lebowitz habla de los rascacielos de Nueva York. Al recordar el Chrysler dice: «Lo increíble de él son los detalles y su belleza. Creo que ahora mismo está en venta y, no es que vaya a comprarlo, pero para mí tiene el tamaño perfecto para ser la casa de una sola persona».
Las anécdotas de la excéntrica escritora americana, las risas de Martin Scorsese y la arquitectura de Nueva York son el hilo conductor de una entrevista fragmentada y atravesada de humor. «Cuando la gente me pregunta ‘¿por qué vives todavía aquí?’, es imposible contestarles excepto que siento desprecio por los que no tiene el valor de hacerlo»