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Hablamos con Llucià Homs, galerista y consultor cultural, de temas como los NFT, o Non Fungible Tokens, piezas de criptoarte digital a las que se aplica una tecnología de cadenas de bloques (blockchain) y que han tenido un profundo impacto transformador en el mundo del arte

A Llucià Homs le fascina el mundo en el que vive. Parte de su trabajo consiste en conservar intactos la curiosidad, la capacidad de fascinación y el olfato para lo nuevo. Los NFT (Non Fungible Token), que han transformado el mundo del arte, son un ejemplo de ello.

El currículum de Homs así lo acredita: galerista, marchante, comisario, consultor cultural y divulgador periodístico. Homs se gana la vida manteniendo el ojo entrenado para “comprar, vender, decodificar y explicar” el arte contemporáneo.

En 1993 abrió su propia galería en Barcelona, ciudad en la que ejerció también de director de La Virreina Centre de la Imatge. Residente en Londres, ha contribuido a lanzar iniciativas culturales como el think tank de exhibidores y vendedores de arte Talking Galleries. También la revista digital Hänsel i Gretel* o el Festival Loop y colabora con regularidad en publicaciones como el diario La Vanguardia. Estos días, Homs se reconoce hasta cierto punto perplejo por un nuevo fenómeno que, en su opinión, “está suponiendo un cambio de paradigma no sabemos si irreversible en el mercado de arte”.

Se trata de los llamados NFT, que en 2021 superan ya los 3.000 millones en ventas.

“Se trata de un tipo muy específico de arte digital que ha irrumpido en los últimos años y está transformando de manera drástica el negocio de la compra-venta de arte, que apenas había cambiado en lo esencial durante el último siglo y medio”, nos cuenta Homs durante una relajada charla en la terraza de la AP House de Barcelona.

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Llucià Homs durante la entrevista en la terraza de Audemars Piguet

Arte digital disruptivo

Los NFT han transformado el mundo del arte. Los expertos no lo vieron venir porque “carecían de herramientas intelectuales y conceptuales para valorar algo que resulta radicalmente nuevo, un tipo de pieza de coleccionista que es fruto de la manipulación tecnológica y cuyo valor de mercado depende de factores que poco tienen que ver con la excelencia artística tal y como solemos entenderla”.

Tal y como explica Homs:

“los NFT son comprados, a precios con frecuencia altísimos, por coleccionistas muy jóvenes que se han
enriquecido especulando con criptomonedas y ven en
ellos una inversión de futuro”.

Desde el punto de vista artístico parecen “baladíes, mayoritariamente son piezas de diseño gráfico contemporáneo más bien trivial”. Sin embargo, Homs no descarta que este nuevo producto de consumo relacionado con el arte digital encuentre algún día “su Banksy o su Marcel Duchamp” y dé un salto cualitativo que le permita hacerse un hueco junto a Pollock o Mondrian en las salas del MoMA: “Los caminos del arte son inescrutables”, constata con un cierto escepticismo, pero:

«de momento los NFT han subvertido el mercado al crear
un nuevo canal de venta muy lucrativo con frecuencia
ajeno a galerías y ferias”.

Está por ver si “acabará siendo una moda pasajera, una burbuja especulativa que reventará a medio plazo o el pionero de una serie de avances profundos a los que vamos a tener que acostumbrarnos en los próximos años”. El NFT más caro hasta la fecha es un collage de 5.000 obras previas realizado por el artista digital Mike ‘Beeple’ Winkelmann. Salió a subasta en Christie’s el pasado mes de septiembre y se acabó vendiendo por 69 millones de dólares, una cifra, según contextualiza Homs, “solo al alcance de artistas contemporáneos tan cotizados como Francis Bacon, Jeff Koons o David Hockney”.

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NFT de Beeple Everydays «The First 5000 Days». Cortesía de Christie’s

Un momento desconcertante

¿El mercado de arte ha enloquecido, incapaz de procesar y digerir adecuadamente la llegada de una generación de coleccionistas con nuevos valores y ajenos a toda tradición previa? Homs reconoce que “estamos viviendo un momento desconcertante”, pero prefiere tomarse esta “disrupción radical” con una cierta cautela:

“El arte nunca ha sido ajeno a dinámicas especulativas. Es probable que ya existieran burbujas artísticas en la antigua Roma y con toda seguridad existían en la Italia renacentista. Habrá que ver qué ocurre con los NFT a medio plazo, pero de momento nos han obligado a reconsiderar muchas cosas que dábamos por ciertas, y eso me parece muy saludable”.

Para el consultor cultural, vivimos una era apasionante en la que los cambios se suceden a velocidades de vértigo. Incluso la pandemia ha actuado como aceleradora de esos cambios “al demostrar la viabilidad de las subastas virtuales, que se han convertido en espectáculos apasionantes con capacidad para atraer a nuevos perfiles de coleccionistas”. En paralelo, “se ha demostrado que galerías online y ferias virtuales se habían quedado obsoletas y necesitaban una profunda renovación tecnológica”.

También han aparecido “nuevos nichos de mercado en las redes sociales, aunque de momento se están moviendo en ellas cantidades relativamente modestas”. Y se siguen produciendo curiosidades que escandalizan a los profanos, como que el artista “virtual” Salvatore Garau haya vendido por 15.000 euros una escultura inexistente. Para Homs, esta última noticia resulta “muy poco relevante, no va más allá de una simple anécdota”. No es la primera vez que se exhibe o se vende una pieza de arte invisible, una operación que puede interpretarse “como una estafa o como un acto performativo, pero no como un síntoma de las carencias del mercado de arte”.

Entender la diferencia

En su opinión, un consultor cultural tiene la responsabilidad de explicar a los interesados en el arte contemporáneo que Salvatore Garau es anécdota y en cambio Banksy o Maurizio Cattelan, el del famoso plátano pegado a la pared con una cinta elástica, son categoría, porque tienen un valor”.

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Obra de Banksy «Girl with Balloon». Cortesía de Sotheby’s.

Él mismo se formó para entender esa diferencia y ser capaz de transmitirla: “Digamos que soy galerista casi por imperativo biológico”. Nos cuenta, “mi padre abrió una galería en los años 70 y yo me recuerdo en Vic, con apenas siete u ocho años, acompañándole al taller de un artista local para echarle un vistazo a su obra”. Luego estudió Derecho, Gestión Empresarial y, por último, un posgrado en Media Art. Así consiguió reunir el conjunto de cualidades que considera básicas en el contexto profesional en que se mueve: “Un ojo y una mente entrenados y ese instinto casi carnal para la venta que es tan difícil de adquirir, pero sí que puede cultivarse y perfeccionarse”. Aunque las exigencias de la vida y la profesión le llevaron a trasladarse a Londres, nunca ha cortado del todo el cordón umbilical que le une a la escena barcelonesa:

“El Reino Unido supone un 23% del mercado global de arte mientras que España, en su conjunto, no se acerca siquiera al 1%. Pero si algo he aprendido es que se puede hacer galerismo y promoción de la actividad cultural desde la periferia de la periferia”.

En ese sentido, Barcelona puede aportarle al mundo “modernidad y cosmopolitismo dentro de una tradición local muy sólida. Ya decía Joan Miró que es posible tener las raíces muy hundidas en tu propia tierra y, a la vez, extender tus ramas hacia el universo”.

El futuro del arte

Del arte contemporáneo, más allá de fenómenos comerciales y modas efímeras, a Homs le interesan:

“Aquellos artistas que son capaces de proyectar una mirada original y fértil sobre los grandes debates en que estamos inmersos, de la perspectiva de género a la conservación del planeta o el efecto psicológico de la pandemia y los confinamientos”.

Esos son, en su opinión, los artistas a los que habrá que recurrir en unas décadas «para entender estos primeros años del siglo XXI de la misma manera que la novela francesa explica el siglo XIX o el cine explica el siglo XX”. La sensibilidad y el talento creativo, una vez más, como hilos de Ariadna con los que orientarse en el laberinto de la realidad.

Fotografías realizadas por Horse y cedidas por Llucià Homs.