El artista belga Jan Fabre, nacido en Amberes en 1958, es uno de los personajes más carismáticos del panorama artístico actual.
Un creador multidisciplinar que realiza esculturas, diseña, prepara coreografías y obras de teatro, o hace cotizados dibujos usando únicamente los populares bolis BIC.
Se le ha considerado el enfant terrible del arte contemporáneo belga ya que hizo montajes que consistían en quemar dinero, o realizaba pinturas usando su propia sangre e incluso su esperma. Por no hablar de que en alguna ocasión se le ha acusado de maltrato animal para sus creaciones audiovisuales. Y si bien le ha acompañado la polémica, en la actualidad su prestigio es enorme y sus obras muy cotizadas.
Para hacerse una idea de ello basta con conocer dos datos. Por ejemplo, en 2008 fue el primer artista vivo que tuvo una exposición individual en el Museo del Louvre de París. Y antes de eso, en 2002 ya había realizado la obra que aquí nos ocupa, El Cielo de los Delicias, hecha ni más ni menos que por encargo de la reina Paola en el interior del Palacio Real de Bruselas.
El Palacio Real de Bruselas
No demasiado lejos del centro de la capital de la Unión Europea sea halla el Palacio Real de Bruselas. Hoy en día no viven aquí los reyes belgas, ya que lo hacen en el Palacio de Laeken, al norte de la ciudad. Pero lo cierto es que el Palacio Real sigue siendo su lugar de trabajo, porque allí están los despachos de los monarcas, así como es el lugar donde se realizan las recepciones oficiales a los máximos dignatarios extranjeros.
Debido a ese uso oficial, durante gran parte del año tan solo se puede contemplar desde el exterior, mientras se da un paseo por sus hermosos jardines. Sin embargo, en el periodo estival el Palacio Real de Bruselas abre sus puertas al público, y lo hace de forma gratuita.
Es entonces cuando los viajeros pueden adentrarse por los ostentosos salones y comedores de palacio donde no faltan las obras de arte. Hay infinidad de esculturas, delicados tapices, mobiliario de época, lámparas fastuosas o cuadros de primer nivel, entre ellos algunos firmados por el propio Francisco de Goya.
En definitiva, un recorrido entre los muchos tesoros acumulados por la realeza belga a lo largo del tiempo. Un itinerario glamuroso y sorprendente donde no faltan las curiosidades. Aunque una de las mayores sorpresas llega al entrar en el llamado Salón de los Espejos.
El Salón de los Espejos
Este salón quedó inacabado a la muerte del rey Leopoldo II en 1909. Fue precisamente ese monarca quién cortó con una larga tradición real. Se trataba de que cada rey o reina invitara un artista de su tiempo a realizar una obra en palacio. Algo que no se hizo durante todo el siglo XX, pero nada más adentrarnos en el XXI la reina Paola decidió retomar esa costumbre.
De hecho, fue ella quien defendió que el polémico Jan Fabre llevará a cabo una peculiar intervención que transformaría el Salón de los Espejos en el Cielo de las Delicias.
El Cielo de las Delicias
El artista decidió cambiar radicalmente el aspecto de ese salón. Para ello inundó su techo de un intenso color verde iridiscente. ¿Pintura? No. Son las carcasas de aproximadamente millón y medio de escarabajos traídos del Sudeste Asiático, principalmente de Tailandia.
Fabre ha usado insectos en sus obras en otras ocasiones, pero aquí se decidió por el escarabajo-joya, no solo por su color, sino también porque se trata de una especie muy abundante y que por lo tanto no está protegida. Y además en la composición química de su carcasa se encuentra el quitosanto, una sustancia que según Fabre impide que se pierda el brillo de estos caparazones por muchos años que pasen.
En el propio salón dibujó con su habitual bolígrafo BIC numerosas formas entre las que se descubren ojos de reptiles o alas de pájaro, y también una enorme P, en honor de su mecenas la reina Paola. Esos dibujos son el patrón que siguieron sus 29 ayudantes para ir pegando durante meses las carcasas de los escarabajos, creando así un espectacular estampado tanto en la bóveda del salón como en una de sus lámparas.
Un luminoso placer
El resultado de esta intervención sin duda alguna causó mucha expectación desde el primer momento, y con el paso de los años va ganando prestigio como una de las más grandes obras artísticas de nuestra centuria.
Al caminar por el salón, inicialmente sorprende pensar que aunque estamos en un palacio de la realeza sobre nuestras cabezas hay más de un millón de bichos. Es una peculiar paradoja. Pero una vez eliminados prejuicios, y los más aprensivos cierta repulsión, se puede disfrutar de la obra.
Se aprecia su colorido que une el verde esmeralda con los brillos iridiscentes, los azules verdosos con los verdes azulados, uniéndose violetas metálicos y toques dorados.
Un color único, tremendamente intenso, y también natural conociendo su origen. Y con todos esos tonos captando la luz para crear formas. Fue el propio Fabre quién definió que la luz que irradiaba lo convertía en el “cielo del placer, del deleite”.