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Decora porcelanas y crea vibrantes composiciones de vajillas para clientes exquisitos. Ama los jardines, y su imaginario creativo recibe constantes chorros de naturaleza. Andrea Zarraluqui transmite viveza, una sencillez ronca y una delicadeza sin cursilería. También pinta murales, y hace un par de años debutó en el papel pintado de la mano de Coordonné. Es la artista que mejor ha conseguido traer el paisaje al plato

La puertas de su taller, en El Barrio madrileño de Prosperidad, pintadas de azul, revelan ya los primeros trazos de un microcosmos donde los pinceles nunca se aburren. Un desorden ordenado acoge al visitante, que enseguida se adentra en un mundo personal rico en flora y fauna.

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Izq. entrada del estudio con una puerta pintada a mano dcha. interior con el showroom

Loza apilada, porcelanas antiguas que reciclará, encargos que tiene que enviar a Inglaterra o Estados Unidos y fotografías de jardines de los que quiere extraer cierto movimiento de una hoja acompañan la soledad de la artesana, que trabaja entre ocho y diez horas a diario. “Cuando cae la tarde, me apunto hasta a una ronda de aspirinas” dice entre risas.

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Andrea Zarraluqui mostrando un vaciabolsillos pintado para el sorteo de Horse

Su infancia transcurrió en Jerez de la Frontera, a dónde sus padres, Manuel Zarraluqui y Beatriz Pardo Domecq, se mudaron con sus cinco hijos. Vivían en las bodegas Croft, que puso en marcha su padre, y Andrea recuerda aquellos años en el microclima jerezano con gozo: “¡era divertidísimo! Íbamos a la feria, y, claro, los niños aprendíamos enseguida a bailar sevillanas y rumba. Tuve una tata medio gitana, Pepi Román, y cuando mis padres viajaban ella me llevaba al barrio de Santiago a escuchar flamenco”. Forma parte del extenso linaje de los Domecq, algo de lo que está más que orgullosa: “en la familia hay artistas, empresarios y disfrutones. Además de por artista, con los disfrutones también podría encajar”, comenta.

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De joven quería estudiar Bellas Artes, pero no la dejaron. “No es una carrera seria, me dijo mi padre. Y llegamos a un acuerdo: yo estudiaba marketing y comunicación, y él me permitía hacer cursos de arte en verano”. Durante años trabajó en el sector de la comunicación, primero en Nueva York, en Vocel Agency, luego en Madrid, en Antena 3 y Telefónica, antes de fichar por AC Hoteles, donde permaneció siete años, hasta la fusión con Marriott. “Me plantearon ir a Inglaterra, pero me daba pereza. Y fue entonces cuando la madre de mi ex marido , a quien siempre estaré muy agradcecida, me sugirió: a ti que te gusta pintar, ¿por qué no pruebas con la porcelana?”, recuerda.

Pero la vida de Andrea dio un vuelco cuando le diagnosticaron un cáncer con cuarenta años. Seis meses de quimio, una operación de pecho, y veinticinco sesiones de radio. Se refugió en la fe y en el arte. “Fue un momento de parar y de pensar qué quería de verdad. Qué me hacía vibrar. Y siempre he tenido claro que es la pintura”. Y se lanzó.

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Han pasado cinco años, y sus vajillas son hoy las preferidas de los clientes más exigentes y exquisitos, entre los que se cuentan personajes como Olivia Palermo y Carolina A. Herrera. Se declara admiradora de Paul Klee, Cy Twombly, los Prerafaelitas, Gustav Klimt o José María Sicilia, y hablando de arte disfruta casi tanto como pintando.

Sus dibujos nacen de una detenida observación de la naturaleza…

Sí, porque a menudo nos olvidamos de admirar la belleza del mundo. Me gusta pasear por el campo, no para hacer ejercicio, sino para ir fijándome en cómo se mueve una hoja, o cómo está hecha una seta. En primavera este patio es una gloria. Me apasiona la vida de los brotes, el florecimiento. Vivimos en ciudades porque nos resulta más operativo, pero es importante salir a que te dé el verde…

Diseños de Andrea Zarraluqui

Su trabajo me evoca no solo a la celebración de la exuberancia natural de William Morris, también la filosofía del movimiento Arts & Crafts: su integral respeto por la figura del creador y su defensa a ultranza de la maestría artesana.

Soy una gran admiradora de la escuela de William Morris, de todos los artistas que reunió alrededor suyo. No se ha repetido una cosa igual. Los anglosajones tienen mucha tradición tanto en la cerámica como en el amor por la naturaleza.

Yo, en mi arte soy igual de caprichosa que en mi vida. Intento traer a mis murales, papeles o vajillas lo que echo de menos en una ciudad: plantas y animales. Y también proyecto la combinatoria de la mesa. Tiro mucho al verde, que es el color de la naturaleza, pero de repente me da por el azul; y ahora acabo de teminar una vajilla inspirada en la chinoiserie. Me aburro de pintar siempre lo mismo.

 

Combina cierta abstracción de la naturaleza con lo exótico del tropicalismo.

Mis inicios fueron con bananos, sí, pero hubo un furor de lo tropical y ya me dio pereza seguir. Ocurre cuando se pone de moda algo. Ahora estoy un momento mas oriental: tengo fijación por el el bambú. Estoy trabajando en una vajilla encargada por una clienta que quiere que reproduzca el jardín de su casa de Singapur: se va a ir de allí y quiere tener un recuerdo.

¿Cuál es la situación real de la artesanía española?

Tenemos una artesanía que se está perdiendo: carpinteros, herreros, ceramistas y alfareros gloriosos. Suelo encargar la loza en Puente del Arzobispo (Toledo) –Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO desde 2019–, donde el alfarero que se ocupa de mis platos me cuenta que antes había ocho maestros alfareros con otros 8 o 10 aprendices a su cargo. Ahora quedan cuatro.

¿Por qué el gran público no valora la riqueza de su trabajo?

Ahora se está valorando más, pero en general la gente no quiere pagarlo. Y, o los talleres tienen demanda o acabarán cerrando. Y, por otro lado, no se sigue la tradición: los hijos de los artesanos ya no quieren continuar con el oficio. Nos falta una escuela que le de prestigio a todos estos oficios, una especie de Saint Martins de artesanía. Si me tocase el Euromillón, la haría.

¿Tiene algún método de trabajo que siga?

Suelo hacer muchas fotos. Ves cosas en los lugares más insospechados, hasta desconchones en una pared, o manchas; me inspiran. Luego paso los dibujos a la porcelana, que es más resistente al golpe a pesar de su aparente delicadeza. Cuento con proveedores en Limoges y el norte de Portugal, ya que en España apenas quedan casas de porcelana. A menudo un plato me lleva a otro, porque empiezo a pensar en combinaciones, juegos de colores, contrastes, siempre a la búsqueda de un golpe de belleza.

 

Tras conversar con Andrea Zarraluqui,  pienso en los jardines abandonados que un día fueron paraísos estéticos y sonoros. Y que ella rescata con sus bellas artes. Plantas, piedras, bambú, barro, porcelana y pinceles se alían para bailar fuera fuera del tiempo, movidos únicamente por un ansia de belleza.